LA POLÍTICA BUENA QUE CAMBIA VIDAS

Hay días en los que parece que la vida cuesta más, sobre todo si eres una persona trabajadora que se deja la piel para llegar a fin de mes, un abuelo que espera la pensión para ayudar a su familia, una mujer que lucha cada día para que la igualen en derechos, un joven que busca su primer empleo o una persona inmigrante que quiere vivir dignamente aunque no tenga papeles. Esta historia va de ellos, va de ti, de tu vecina, tu madre, tus hijos. Va de cómo la política, hecha con corazón y compromiso, puede cambiar de verdad la vida de la gente.

Hace unos años, muchos en España ni soñaban con cobrar un sueldo que les permitiera respirar tranquilos. Pero el salario mínimo ha subido un 61% desde 2018. Eso no es un dato técnico: es la diferencia entre llenar la nevera toda la semana o apretar el cinturón. Gran parte de quienes más notan esa subida son mujeres y jóvenes, tantos de ellos atrapados en trabajos precarios e inestables. Ahora, millones disfrutan de contratos más seguros y su futuro es un poco menos incierto.

Durante la peor época de la pandemia, se puso a prueba el pulso social del país. El miedo era general: trabajos perdidos, familias enteras temblando por si no llegaban a la próxima factura. En ese momento, la política social respondió con los ERTE, unos mecanismos que evitaron desgracias mayores y protegieron a los más vulnerables. Fue la diferencia entre perderlo todo y poder seguir adelante, con la esperanza intacta, especialmente para la clase trabajadora, pero también muchos inmigrantes regularizados al fin por su aportación esencial.

Nuestros mayores, los abuelos y abuelas que han levantado este país, saben bien lo que es pasar penurias. Las pensiones, por fin, dejaron de estar congeladas: ahora suben cuando sube la vida, poniendo a la gente mayor en el centro, reconociendo su dignidad y su derecho a no tener miedo al futuro. La “hucha” de las pensiones, esa garantía que tanto preocupaba a quienes ya no pueden trabajar, volvió a crecer, protegiendo el esfuerzo de toda una vida.

Y los jóvenes, a menudo víctimas de un paro cruel y de la falta de oportunidades, han podido acceder a más becas que nunca, escuelas gratuitas desde los dos años y ayudas para que nadie se quede al margen del futuro. Ya no es solo soñar: es tener herramientas para luchar por una vida mejor.

No hay justicia real sin igualdad, y en esto, la política también ha dado un paso al frente. Se han equiparado los permisos de paternidad y maternidad, la brecha salarial entre hombres y mujeres empieza a cerrarse y, nunca antes, tantas mujeres estuvieron al mando de las decisiones del país. Para quienes han sentido el peso de la discriminación, cada avance es más que un titular; es un reconocimiento, es un abrazo colectivo.

Y qué decir de quienes han tenido que buscar una vida mejor lejos de su tierra, cruzando mares y fronteras con el miedo a no ser nunca aceptados. Para los inmigrantes, se han facilitado procesos de regularización y se ha apostado por el respeto y la convivencia. Porque, aunque aún queda camino, la política buena es la que mira de frente a quienes más necesitan una oportunidad.

Hay historias que no aparecen en los periódicos: la panadera que respira aliviada porque por fin puede pagar el alquiler, el abuelo que accede a su medicina tranquilo, la joven que firma su primer contrato indefinido, la madre que no teme perder su empleo por ser madre. Son historias reales, son tu historia.

La buena política es la que se siente en la calle, en la mesa de la cocina, en el abrazo de un nieto, en la ilusión de un inmigrante recién regularizado, en la mirada de una mujer que, por fin, no tiene que pedir permiso para llegar lejos. Es una política que escucha a la gente, que cura heridas y que construye futuro. Y eso, aquí y ahora, sigue siendo posible.

Este texto se publicó en CORDÓPOLIS el 25 de agosto de 2025

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