Cansado de que unos y otros ofendan mi inteligencia por ser equidistante, amante del mestizaje y de la diversidad. Cansado de que me toquen las narices por defender la heterodoxia. Cansado de ver a unos y a otros envueltos en sus banderas, me he decidido a escribir sobre las banderas.
Pero Oriana Fallaci se me ha adelantado.
«Todas las banderas, incluso las más nobles y puras, están sucias de sangre y de mierda. Cuando miras los estandartes gloriosos, expuestos en los museos y en las iglesias, venerados como reliquias ante las que hay que arrodillarse en nombre de los ideales, no te hagas ilusiones: esas manchas parduscas no son trazas de herrumbre, sino residuos de sangre, residuos de mierda y más a menudo de mierda que de sangre. La mierda de los vencidos, la mierda de los vencedores, la mierda de los buenos, la mierda de los malos, la mierda de los héroes, la mierda del hombre que está hecho de sangre y mierda. Donde está la una, está la otra por desgracia; la una tiene necesidad de la otra. Naturalmente, depende mucho de la cantidad de sangre vertida, de la mierda salpicada: si la primera supera a la segunda, se cantan himnos y se erigen monumentos; si la segunda supera a la primera, se clama escándalo y se celebran ritos propiciatorios. Pero establecer la proporción resulta imposible, dado que la sangre y la mierda adquieren el mismo color con el tiempo.
Además, en apariencia, la mayor parte de las banderas están limpísimas: para conocer la verdad deberíamos interrogar a los muertos aniquilados en nombre de los ideales, los sueños y la paz; a las criaturas injuriadas, ultrajadas y engañadas con el pretexto de hacer un mundo hermoso, y con tales testimonios elaborar una estadística de las infamias, las barbaries, las inmundicias vendidas como virtud, clemencia y pureza. No existe empresa, en la historia del hombre que no haya costado un precio en sangre y mierda. En la guerra no disparas claveles, tanto si combates en el bando llamado justo ( ¿justo para quién? ) como si combates en el bando llamado erróneo ( ¿erróneo para quién? ). Disparas balas, lanzas bombas y matas a inocentes. En la paz sucede lo mismo: cada gran gesto siega víctimas sin piedad, y ay de los héroes en lucha con los dragones del poder, ay de los poetas en lucha con los molinos de viento: son los peores carniceros porque, entregados al sacrificio, destinados al suplicio, no dudan en imponer el sacrificio y el suplicio a los demás, como si un árbol erradicado estuviera menos erradicado, un tejado levantado estuviera menos levantado, un corazón roto estuviera menos roto porque la finalidad es buena y el resultado, positivo.»
Oriana Fallaci, Un hombre, 1979