HENRIETTA LACKS, INMORTAL

Henrietta se despertó con la ingle mojada. Pensó que podía tratarse de una pérdida de orina más, como le había ocurrido otras veces, pero en seguida supo que era algo diferente.

Al encender la luz comprobó que sus piernas estaban manchadas de sangre.

Despertó a su marido:

– ¡David, levanta! ¡Nos vamos al Hopkins!

Mientras, llenaba la bañera para asearse, se introdujo un dedo en la vagina y tocó “aquello” que tanto temía.

Hacía más de un año que les había confesado a sus primas, que sentía “un nudo dentro de la barriga”. Ahora lo había tocado. Era como una canica, pequeña y dura.

David y Henrietta Lacks, se subieron en su viejo Buick para recorrer los 33 kilómetros que separaban su casa, en Clover, del Hospital Johns Hopkins, en Baltimore. Por fin llegaron ante la sobrecogedora imagen de aquel hospital decimonónico, el Johns Hopkins. Uno de los pocos hospitales que atendía a la población pobre y de color.

En recepción dio sus datos, llena de miedo:

– “Soy Henrietta Lacks, vivo en Clover, tengo 31 años y he parido 5 hijos. Vengo sangrando. Necesito que me vea un médico”.

Le hicieron esperar hasta que llegó su turno. Era una sala de espera, fría, llena de viejos bancos de madera, donde había unas diez personas, todas negras.

Mientras esperaba, a la mente le acudieron recuerdos inconexos y caóticos.

Su auténtico nombre era Loretta Pleasant y ya nunca sabría por qué la llamaban Henrietta. Eran esas cosas que ocurrían en los pueblos. A algunas personas se las llamaba por un nombre diferente de aquel con el que habían sido inscritas. El apellido que usaba era el de su marido, su primo, ese “desgraciado” que le había hecho 5 hijos, que le había contagiado la sífilis y la gonorrea y que nunca le dio un momento de felicidad.

Henrietta Lacks

Henrietta había nacido en Virginia, había tenido una infancia dura. A los 14 años tuvo a su primer hijo. Fueron años difíciles, como el resto de su vida, años en los que cuidó de toda la familia, mientras hacía los trabajos más duros.

Había pasado media hora cuando la llamaron por su nombre, allí la recibió el doctor Howard Jones, ginecólogo interno de guardia ese día, 29 de enero de 1951.

El doctor Howard la reconoció y rápidamente dio un primer diagnóstico de lo que Henrietta llamaba “el nudo”. Era un tumor que había que biopsiar. La biopsia tuvo lugar diez días después.

David y Henrietta volvieron a su casa y a sus vidas, pero Henrietta no olvidaba “el nudo que llevaba dentro”. Seis meses más tarde llegó el diagnóstico: “Carcinoma epidermoide cervicouterino, Estadio I”.

El doctor Jones había cultivado las células extraídas de la muestra biopsiada de Henrietta durante meses. En los meses siguientes al diagnóstico de su enfermedad recibió sesiones de radio y quimioterapia, que no evitaron su fatal desenlace.

Finalmente, Henrietta Lacks falleció el 4 de octubre de 1951, pero sus células estaban vivas. Se cultivaban en el John Hopkins, hasta el 31 de mayo de 1952, momento en el que se distribuyen las HeLa por primera vez. Estas células, a las que llamaron HeLa en recuerdo a Henrietta Lacks.

George Gey, destacado investigador de virus y cáncer, había investigado las células de todas las pacientes que acudían al Hospital Johns Hopkins con cáncer de cérvix. Cultivo tras cultivo, todas las células morían sin poder evitarlo, hasta que el doctor Gey obtuvo las células HeLa.  Comprobó que no solamente no se morían, sino que se multiplicaban cada 24 horas.

Es este momento donde el impacto y la repercusión de este descubrimiento convierte a Henrietta en inmortal. Las células HeLa comienzan a distribuirse gratuitamente por los laboratorios de biología celular de todo el planeta para estudiar los efectos de toxinas, de diferentes medicamentos y también sirvió para desarrollar la vacuna contra la polio. Las células HeLa se llevan utilizando desde hace más de medio siglo, para probar los efectos de la radiación y de los venenos sobre ellas. Estas células han sido fundamentales para estudiar el genoma humano y para conocer mejor el funcionamiento de los virus. Han sido imprescindibles en la investigación del VIH.

Para tener una ligera idea de la contribución de estas células al conocimiento científico baste citar que, hasta la fecha de hoy, se han publicado más de 80.000 artículos científicos sobre estudios realizados con ella y se han registrado más de 11.000 patentes, lo que ha generado un inmenso negocio de compraventa que mueve miles de millones de dólares al año.

Células HeLa

A comienzos del año 2021, un simple vial de células HeLa se puede comprar por una cantidad que oscila entre los 400 y los 2.000 dólares.

De ese movimiento económico, los descendientes de Henrietta Lacks, nunca recibieron nada. La tercera generación, sigue siendo pobre.

Richard Dawkins, el célebre divulgador científico autor del libro “El gen egoísta”, manifestó que los seres humanos somos solamente portadores del material genético, que la misión del género humano es perpetuar en lo posible, los genes que llevamos. Si esto es así la única persona que lo ha conseguido, se llama Henrietta Lacks, la única persona que habría alcanzado “la inmortalidad”. Ella, que nunca dio su consentimiento y nunca recibió nada a cambio por su contribución al conocimiento humano.

Son cosas que te suceden cuando eres mujer, pobre y negra.

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