Los humanos tenemos una especial habilidad para categorizar y etiquetar todo. Estableciendo categorías y etiquetando a los seres vivos, las cosas y las acciones y omisiones nos enfrentamos a nuestra existencia sin darnos cuenta de que esta parcial manera de aprehender el conocimiento humano no deja de ser nada más que coger el rábano por las hojas.
Con frecuencia, con mucha frecuencia, el etiquetado es poco acertado, cuando no injusto y tenemos numerosos casos que así lo demuestran. Hace unos meses se realizó una magnífica exposición en Málaga, en el centro cultural La Térmica, titulada LEE MILLER, SURREALISTA, pero la apasionante vida de esta gran fotógrafa norteamericana es mucho más que la vida de una fotógrafa surrealista.
Las vidas de Lee Miller darían para escribir varios libros.
Veamos un breve resumen.
Elizabeth Lee Miller nació en Estados Unidos el 23 de abril de 1907.
Cuando tenía 7 años fue violada y contagiada con una enfermedad de transmisión sexual.
Además, desde pequeña y hasta ya bastante avanzada su juventud, su padre la estuvo retratando desnuda, en un contexto familiar que se respiraba como muy perturbador.
Cuando tenía 19 años estuvo a punto de ser atropellada en la calle, siendo salvada en el último momento por un viandante.
Esa persona resultó ser Condé Nast, fundador de la revista Vogue, en donde Lee Miller comenzó a desarrollar una exitosa carrera como modelo.
Durante diez años fue una de las modelos más cotizada en Nueva York.
Pero abandonó su carrera cuando fue fotografiada para un anuncio de compresas femeninas, que levantó un gran escándalo social.
Lee viajó hasta Francia y se presentó ante Man Ray, el gran genio surrealista. Consiguió ser su aprendiz, su musa y su amante.
Abrió su propio estudio fotográfico, alcanzando tal calidad en su obra fotográfica que hoy en día se cuestionan muchas obras atribuidas en principio a Ray y que parece que fueron realizadas por Lee Miller.
Un caso similar al de Gerda Taro y Robert Capa.

Después de una tormentosa relación con Man Ray y de haber sido amiga de Pablo Picasso, Paul Eluard o Jean Cocteau, Lee volvió en 1932 a Nueva York donde continuaría desarrollando su trabajo fotográfico, hasta que dos años más tarde se casó con el rico empresario egipcio Aziz Eloui Bey y se trasladó a vivir a El Cairo, pero su matrimonio no duró mucho y en 1937 regresó a París.
De 1939 a 1945 Lee Miller formó parte del Cuerpo de Corresponsales de Guerra en Londres y en su ejercicio como fotoperiodista, fue corresponsal de Vogue durante los bombardeos alemanes sobre Inglaterra.
Recorrió Francia fotografiando entre otros los efectos del napalm en el asedio de Saint Malo, la liberación de París, la batalla de Alsacia y el horror en los campos de concentración de Buchenwald y Dachau.
Armada con su cámara, Lee Miller fue una de las primeras personas en entrar en el campo de Dachau, captando el dolor que ese sitio encerraba y que todavía se palpa al contemplar sus fotografías.

De esa época es una de sus fotografías más icónicas.
Una tarde, después volver de Dachau, Lee pudo acceder al apartamento que Adolf Hitler tenía en Munich.
Allí se despojó de su uniforme de campaña, preparó la escena colocando un retrato de Hitler, y le pidió a su amigo, el fotógrafo David Sheerman que la inmortalizara.
En la fotografía, sus botas militares, están al pie de la bañera.
Su hijo, Antony Penrose, hace unas semanas, contó en Málaga, que con ese gesto su madre quiso traer la tierra, la porquería y la suciedad de Dachau hasta el cuarto de baño de la Bestia.
Era su forma de mancillar a Hitler.

Terminada la guerra, no volvió a Estados Unidos.
Siguió fotografiando y especialmente se dedicó a retratar las agonías y muertes de niños, que fallecían sin poder usar antibióticos, por el tráfico ilegal de los estraperlistas.
En 1947 se divorció, casándose después con Roland Penrose.
Lee Miller, nunca pudo superar su traumática experiencia como fotógrafa de guerra. Dos años más tarde se trasladó a Inglaterra, a Sussex, donde vivió con su familia hasta que en 1970 un cáncer acabó con ella.